Como sucedía con la asignatura de Historia, parecía como si un corte abisal o un agujero negro hubiera absorbido para siempre el tiempo reciente y del mismo modo que el Franquismo y la Transición se estudiaban a salto de mata, era la Generación del 27 la última pica en Flandes de nuestros creadores literarios. Algún dramaturgo (Buero Vallejo), algún poeta (José Hierro), una breve incursión en Hispanoamérica (García Márquez y, sorprendentemente, Vargas Llosa) y dos novelista nuestros: Cela, a la sazón, premio Nobel y Miguel Delibes. Sí, Miguel Delibes. "Tanto mejor", pensé, "esto me lo estudio en quince minutos".
No sé qué lecturas obligadas hay hoy, pero entonces no tuvimos ningún libro de don Miguel. Yo lo leí muchos años después, ya veinteañero, y en esto me parezco al vallisoletano, me hice sincero lector tarde y para dar el pego con las mujeres (mala estrategia hacerse el listo, don Miguel). Propio de un personaje tan apegado a la tierra y a la naturaleza, practicante del pragmatismo de quien persigue la verdad sobre lo que importa y que sólo conocen los que viven el campo, se hizo escritor cuando quiso y en sus entrevistas (las que he leído y visto) huía de la cursi estampa del escritor de nacimiento y la necesidad enfermiza de escribir a modo de síndrome de abstinencia. "Ha sido una auténtica dedicación. Yo he encontrado en la literatura el refugio que no encontraba tan perfecto en el cine o en el café o en la tertulia o en el juego".
¿Su valor literario? Indiscutible. El Camino, es una suerte contar con un libro de adolescencia semejante, como los estadounidenses tienen El Guardián entre el Centeno o los alemanes Demian. O mejor que tener ése, la suerte es tenerlos todos. Háganlo leer en los colegios, aunque sea a título póstumo. La crítica terrorífica a las dos Españas (menos politizadas que nunca) en Los Santos Inocentes o la estructura narrativa de Cinco Horas con Mario, tan sólo son dos ejemplos más, pero los únicos de los que puedo hablar con conocimiento de causa. ¿Su valor como periodista? Lo desconozco, pues me quedó muy lejos y a destiempo, casi casi a contrapié.
Hoy, 12 de marzo, en la hora del lobo (cuando más niños nacen y más viejos mueren) falleció Miguel Delibes, el último clásico de la narrativa española según mi viejo libro de literatura. Mi homenaje será a la inversa, os dejo sus primeras palabras (las últimas en vida ya se las inventarán en La Noria, si no, ¡al tiempo!) publicadas en una novela:
Yo nací en Ávila, la vieja ciudad de las murallas, y creo que el silencio y el recogimiento casi místico de esta ciudad se me metieron en el alma nada más nacer. No dudo de que, aparte otras varias circunstancias, fue el clima pausado y retraído de esta ciudad el que determinó, en gran parte, la formación de mi carácter.
De mi niñez bien poco recuerdo. Casi puede decirse que comencé a vivir, a los diez años, en casa de don Mateo Lesme, mi profesor. Me acuerdo perfectamente, como si lo estuviera viendo, del día que mi tutor me presento a él...
(La Sombra del Ciprés es Alargada, 1948).
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