domingo, 30 de mayo de 2010

A Zapatero, Gracias

domingo, 30 de mayo de 2010
No había citado aún en este blog a Roland Barthes, cosa rara ya que sus reflexiones en Mitologías son una de mis lecturas favoritas dentro de la teoría comunicativa. Como buen estructuralista, Barthes está obsesionado con el movimiento obrero y en uno de los capítulos del libro diserta sobre la imagen que proyecta Chaplín de la clase proletaria. Para el pensador francés, Charlot, especialmente en Tiempos Modernos, tiene una gran fuerza evocadora en favor de los principios marxistas y alrededores. No porque llame a la Revolución o nos presente unos protagonistas convencidos de la importancia del Estado protector, sino porque Charlot vive sumido en la pobreza con sus patéticas aventuras en vez de dar un golpe sobre la mesa y luchar explícitamente contra la tiranía del capital.

Para Barthes, es más efectivo el mensaje de estas películas que el de otras muchas propagandísticas, como el Acorazado Potemkim donde la aplastante lógica del cambio de sistema no escapa a ningún personaje, puesto que el espectador sin darse cuenta quiere impulsar al vagabundo a luchar por sus derechos construyendo constantemente pensamientos que empiezan por: "¿Es que no se da cuenta de que...?"

Zapatero y su ejecutivo han cometido múltiples fallos de acción, de inacción y de comunicación. Pero nadie podrá negar que nos ha dado un pequeño regalo, la imagen de nosotros mismo creyéndonos lo que nos decía. Si hoy nos pusieran una película sobre cada uno en estos dos últimos años pensaríamos constantemente: "¿Es que no se da cuenta de que...?". No cabe duda de que no todo el mundo le ha reído las gracias, los que han rechazado de plano todas sus intervenciones y decisiones escondían tras de sí el interés político que encarna la simpatía hacia la derecha; y los que lo hemos criticado esporádicamente hemos terminado por ser pacientes, no fuera que metiéramos la pata al disponer de menos y peor información de la que se le presupone a un gobierno. En cualquier caso, a nadie le amarga que le regalen el oído con buenas expectativas, brotes verdes, testimonios jurando sobre nuestra solidez financiera, comparativas victoriosas con Grecia y demás sandeces.

Ése es el pecado mortal, en el plano simbólico, de este presidente: nos ha convertido en ciegos personajes 'chaplinianos' que aceptan las circunstancias según les llegan. Éste es el pecado y, a la vez, el regalo. Espero que lo tengamos presente durante mucho tiempo.

Soy consciente de que el Partido Popular va a tener que dirigir este país en breve indefectiblemente, pero el fin de semana pasado le oí a Rajoy: "Esto tiene solución, se soluciona con un puñado de medidas". No ha empezado y ya nos está tomando por charlots. Sabemos que tenemos un problema estructural, que no nos la den con queso otra vez. No permitamos que habiéndonos recuperado gracias a la economía de nuestro entorno, se olviden de los cambios necesarios en los cimientos que ya obviaron en la era Aznar. No olvidemos la cara de tontos que se nos queda hoy, recordándonos en el pasado.

El viernes, Marta Nebot, en la contraportada del diario Público, hacía un llamamiento soslayado a no consumir los productos de la empresa farmaceútica Novartis AG por su probado trato vejatorio a las mujeres que allí han trabajado y trabajan. Para finalizar el artículo, pedía sugerencias para cambiar en algo el mundo. Sé que apunto alto, pero yo dejaré aquí dos de ellas:

1- Acudir a nuestros bancos y retirar el 0,01% de nuestro dinero. La idea no es sacar la cuenta y pedir los euros calculados, es ir y pedir ese porcentaje como símbolo para que sepan los bancos que no vamos a permitir más rescates por crisis que ellos mismos provoquen. Que por mucho que los estados los protejan, viven de nosotros.

2- A pesar de que gane el PP las próxima elecciones, difundid la palabra de que no deben alcanzar más de quince millones de votos entre PP y PSOE. Los dos grandes partidos deben saber que no pueden jugar a ponerse la zancadilla con la seguridad de que uno sustituirá al otro. Deben comprender que el desprecio que hacia sus cúpulas siente la sociedad se puede traducir en un precio electoral.

Con la casi certeza de que ninguna de estas propuesta se cumplirán, no es este un medio lo suficientemente potente para difundirlas tampoco, siempre me/nos quedará emular a los personajes de la película Network, un mundo implacable, de Sidney Lumet, y recuperar una pizca de esa compañía social que compartimos no hace tanto contra una guerra ilegal de cuyo nombre no quiero acordarme.




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